domingo, 25 de septiembre de 2011

Apuntes sobre el ECA

Espacio Cultural Alternativo.

Otra cultura posible y necesaria.

(1ª Parte)

Generar una verdadera batalla de ideas, apostar a la lucha cultural, construir nuevos sentidos e imaginarios sociales, recrear prácticas colectivas que se creían agotadas, es parte de los desafíos planteados al momento de gestar el, por entonces proyecto, Espacio Cultural Alternativo. Colectivo que nace en el seno de la Federación Juvenil Comunista, pero que con el tiempo va a adquirir herramientas propias, otras practicas, otros métodos de trabajo, hasta finalmente convertirse en un espacio autónomo, de carácter asambleario, modalidad horizontal, autogestivo e independiente de partidos, frentes, patrones y/o empresas y gobiernos, pero siempre apostando al trabajo conjunto, entendiendo que los caminos hacia la unidad del movimiento popular se construyen en la practica concreta y cotidiana, y no en la mera proclamación discursiva. Esto también tiene su correlato con las Juntadas que se venían realizando entre distintos compañerxs que encontraban en el ECA un lugar de intercambio, debate y de creación colectiva. Juntadas que rindieron sus frutos con la creación de la Junta Promotora de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

Estas no son tareas nada fáciles de concretar en una ciudad donde lo político esta marcado estrictamente en lo electoral y en la disputa inter – conservadora. En la cual aún se rinde homenaje con un imponente monumento al primer dictador de la Argentina; José Félix Uriburu; donde existe una marcada diferenciación clasista en el que lxs pibxs pobres de los barrios periféricos, por su condición de clase, son motivo de persecución y represión sistemática de las fuerzas de “seguridad”; donde se pretende instalar cámaras de seguridad para ejercer mayor control social.

Contrahegemonía, contracultura y la batalla de ideas.

En este contexto el ECA empieza a plantear la necesidad (y urgencia) de instalar dudas, interrogantes, desafíos que sean motores (o locomotoras) capaces de de – construir una nueva hegemonía, una contracultura que pusiera en jaque los valores determinados y resignifique (e incluyo construya) otros. De ahí surge una de nuestras tareas esenciales en la disputa Contrahegemónica: la batalla de ideas.

Para aclarar este concepto de batalla de ideas, se hace necesario plantear cuales son esas representaciones que queremos destruir y cuales queremos poner en relieve para la construcción de sujetxs conscientes de y para si, contestatarixs, creativxs, autónomxs, prácticxs, colectivxs; en definitiva mujeres y hombres nuevos/as. Los primeros de estos valores, determinados por un sistema desigual, destructivo, burocrático, represivo, intolerante, opresor; son: la impunidad, el consumismo, la alienación, la depredación de nuestros bienes naturales, la homofobia, el racismo, la xenofobia, la heteronormatividad obligatoria, la violencia en todas sus dimensiones, la intolerancia, la publicidad, la religión, el fanatismo. Pero también se observan valores que disimuladamente pasan desapercibidos pero no dejan de tener la misma fuerza que los nombrados, por ejemplo: la caridad ejercida verticalmente, las instituciones burocráticas, la disciplina adiestradora, la represión sistemática, la educación bancaria, el modelo de familia, el apoliticismo, el pensamiento único, la intelectualidad autosuficiente, etc. Como decíamos anteriormente, se corresponde a una construcción global socio – cultural que se pretende infinita, que procura mano de obra barata a ganancias exorbitantes para unxs pocxs, que trata de disciplinar mentes, espíritus, cuerpos, voces, discursos. Que automatiza vidas, cercena libertades y elimina fuerzas transformadoras. Que se propuso determinar el “fin de la historia”, el “fin de las ideologías”, la “parálisis de la crítica”, como señalara Herbert Marcuse. Una sociedad ajustada a los parámetros establecidos, donde lxs más obedecen a lxs menxs.

Frente a estos valores “civilizatorios” se levantan resistencias. Los cuerpos se transforman en trincheras, las palabras en acciones, las teorías se replantean, las prácticas se reconstruyen, lxs individuxs transformadxs en colectivxs, los sentidos y sentimientos se agudizan, la calle es el espacio de encuentros fraternos y de enfrentamientos con el poder. Indicio de esto fue la crisis y rebelión del 2001 en nuestro país. Visto hoy, desde la intelectualidad sobria, como un pasaje “mas” de la historia argentina, donde el fuego fue reducido en el terreno de una gobernabilidad medianamente precaria; sumándose el repliegue de muchas organizaciones populares donde no faltaron la cooptación y el cortoplacismo de unas; y la persecución, represión y judicialización de otras. Jornadas que hicieron que se imaginara más allá de los parámetros de las organizaciones revolucionarias –que no fueron capaces de analizar los alcances de aquellos días y construir una alternativa política unitaria.

Rebelión que evidenciara otros valores opuestos a los de la dominación. Valores construidos a partir de una praxis cotidiana, colectiva, fraterna, humanitaria, rebelde, compleja. Libertad, igualdad, fraternidad iban a ser apenas un cúmulo exiguo de lo que las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 – particularmente – mostraran al poder. Estas tomaron formas innovadoras, reveladoras de nuevos sentidos. Autonomía, horizontalidad, justicia, indignación, compañerismo, emancipación (es), diversidad / disidencia, insurgencia, pluricultura, socialización. Estos, aunque resulten predecibles y poco novedosos, son los valores que el sistema pretendió invisibilizar, desterrar, desnaturalizar, deshumanizar.

Pero existe uno que resulta necesario darle un crédito mayor: el valor de la duda. Ese mismo que el filósofo ingles Karl Jaspers señalaría como uno de los principios del que hacer filosófico: “La duda se vuelve como duda metódica, la fuente del examen critico de todo conocimiento. De que aquí que sin una duda radical, ningún verdadero filosofar. (…) lo decisivo es como y donde se conquista a través de la duda misma el terreno de la certeza” (Jaspers, 1974).

La duda toma todo lo dado, lo construido, lo devenido, y lo desarma, interroga, interpela, contradice con su propio existir. La duda es la que, en definitiva, provoca el hartazgo de lxs mas sobre aquellos que se pretenden jueces, instructorxs y ejecutorxs de nuestro existir. Es la incertidumbre creativa, imaginaria, constructiva. Es la interrogación de nosotrxs mismxs sobre nuestro vivir mediato y contiguo, lo que permite nuestro ex - trañamiento del mundo para pensarnos como sujetxs humanxs e iguales. Es el método, el camino para desarmar toda arquitectura prefigurada que hace de hombres y mujeres, anexos del mundo. Un mundo que no les pertenece, que esta en manos de quienes “pueden”, “tienen” y “saben”; donde todo se vuelve frívolo, instantáneo, insignificante.

Ante este panorama, la batalla de ideas; entendida como la construcción de nuevos sentidos e imaginarios sociales, la recuperación de prácticas histórico - políticas y la creación de nuevas experiencias, la fusión de praxis y teoría; acción y reflexión, la constitución de nuevos tipos de relaciones económicas, culturales, sociales, políticas, genéricas, etc., opuestas a las que fortalecen y regeneran la dominación; viene a ser y hacer el anclaje donde se fundan quienes creen y buscan en la practica cotidiana y colectiva, la constitución de otro (s) mundo (s) posibles (s). Donde se forje la utopia como ir de camino, y no como destino acabado. Donde en el actuar se confluyan deseos, sueños, acciones, discursos, territorios, cuerpos, símbolos, historia, hombres/mujeres/diversidades.

Batalla de ideas que requiere reformular, minuciosamente, la idea de contrahegemonía; como idea – fuerza que sea capaz de articular resistencias y contraofensivas; aprendizajes y desafíos; crítica y autocrítica; debates y confrontaciones. Demanda la constitución de experiencias comunes y autónomas.

Para esto es necesario entender el aparato político – ideológico con el que cuenta el enemigo. Jorge Luis Acanda González, nos dice de manera magistral: “El poder no se ejerce solamente sobre la base de la represión. Necesita que sus instituciones de coerción detenten el monopolio del uso de la violencia, y que la pretensión de ese monopolio sea aceptada por la sociedad. Le es imprescindible, por consiguiente, controlar también la producción, difusión y aceptación de normas de valoración y comportamiento. El poder se apoya, esencialmente, en su control de las instituciones dadoras de sentido, aquellas que establecen y justifican al individuo, le enseñan a pensar de una manera y a no pensar de otras, le indican los valores que tiene que compartir, las aspiraciones que son permisibles, las fobias que son imprescindibles. La familia, la iglesia, la escuela, el idioma, el arte, la moral, han sido siempre objetivos del poder, que ha intentado instrumentalizarlos en su provecho” (Jorge Luis Acanda González, 2007). En un sentido práctico, la clase dominante; esa que determina los valores “incorruptibles” de la “sociedad civil”, limita el accionar de las clases subalternas a través de la superestructura – educación, cultura, ideología, propaganda, religión. No solo la represión institucional, sino el accionar del aparato ideológico burgués; juega un papel esencial en la pasividad de las masas.

A esto la batalla de ideas; en la lucha por la constitución de una nueva cultura (o contracultura) y la formulación de una contrahegemonía; que brote de las entrañas de las practicas populares; entendiendo a esta como un mecanismo infinito que requiere ser renovado, recreado, defendido y – en algunos casos – modificado; pugna por construir sujetxs para si, conscientes de su existir y protagonistas de su tiempo e historia.

Bibliografía que nos ayudo a elaborar esta reflexión:

  • González Acanda, Jorge Luis: Traducir a Gramsci, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2007.
  • Jaspers, Karl: La filosofía desde el punto de vista de la existencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1974.
  • Marcuse, Herbert: El hombre unidimensional, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1965.

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